Visión del lugar visitado
Visión del lugar visitado
El Monumento al Sol Naciente se alza con una presencia imponente y silenciosa, como un guardián del tiempo y la memoria larense. Al acercarse, lo primero que envuelve al visitante es el amplio espacio abierto que lo rodea, permitiendo una vista casi ininterrumpida del paisaje. La brisa corre libre sobre la grama y las caminerías, hoy mayormente desiertas, pero que alguna vez fueron testigos de conversaciones familiares.
Años atrás, el monumento vibraba con vida. Durante las festividades decembrinas, se iluminaba con luces y adornos que lo convertían en el centro de actividades culturales y recreativas. Niños jugando, familias compartiendo: todo ello daba al lugar un espíritu festivo que hoy solo sobrevive en la memoria de quienes lo vivieron.
Hoy, aunque aún hay quienes se acercan con respeto o curiosidad, el sitio transmite una cierta melancolía, como si esperara ser redescubierto por su propia ciudad. Su silencio es elocuente, y su grandeza sigue en pie a pesar del paso del tiempo y el olvido parcial.
Aun así, el Monumento al Sol Naciente sigue siendo, para mi, uno de los símbolos más poderosos y hermosos del estado Lara, e incluso de Venezuela. No solo por su valor artístico, sino porque rinde tributo al astro rey: fuente de toda la vida sobre la Tierra.
En su estructura se guarda no solo una obra de arte, sino también una declaración de identidad, de origen y de esperanza.

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